Cuento breve 6

A MIL KILOMETROS DE JERUSALEN

El archipiélago de las Cícladas está conformado por un total de 2.200 islas, de las cuales sólo 33 están habitadas y pasaron decenas de civilizaciones dejando su impronta. Desde la cultura Neolítica, Cicládica, Minoica, Cretense, Griega, Persa, Romana, Bizantina, Veneciana, Turca y Moderna, hasta nuestros días, periódicamente se descubren restos de edificios, estatuas y alfarería, que salen a la luz para mostrarse luego en numerosos museos del mundo.

Amanecimos en Turín. Desayuno opíparo, incluido una copa de Asti, dejamos el hotel y tomamos la ruta E70 hacia los Alpes, camino a Annecy y luego Paris. Mañana de domingo, pleno sol en un verano culminante y la despreocupación de un viaje soñado.

Al promediar la ruta del valle de Susa, mucho antes de llegar al interminable Túnel de Frejus, una serie de carteles señalaban la próxima Sacra de San Michele y cuando nos aproximamos al kilómetro 42, la silueta de la abadía se recortaba imponente, invitándonos a visitarla. Bastó tan solo una mirada, aprobación inmediata y poner el guiñe del auto alquilado para girar, en la rotonda, rumbo al promontorio.

Sabíamos que esta añosa construcción había inspirado a Umberto Eco para su famosa novela y posterior película "El nombre de la Rosa", pero la sorpresa fue mayor cuando vivimos el ambiente y espíritu de una construcción sagrada. La Sacra de San Michele es un complejo histórico erigido en la cima del monte Pirchiriano y es el monumento símbolo de la región del Piamonte.

En la zona se inicia el llamado “sendero de los francos”, un recorrido de fama histórica que la une con la parte alta del valle y que supuestamente habría recorrido Carlomagno. Su arquitectura es imponente y sumamente bella.

Al finalizar el viaje y de regreso a casa, uno recorre los lugares con la mente y concluye leyendo todo aquello que posibilita ampliar detalles y conocimientos de los vastos lugares visitados, especialmente los que más llamaron la atención. Ahí me entero que por la Sacra de San Michel, en el valle de Susa, pasaba una importante ruta de peregrinación, la Vía Francígena y que está íntimamente relacionado con otra abadía italiana, el santuario de San Miguel Arcángel, a veces llamado simplemente santuario Monte Gargano, que es una pequeña iglesia católica de origen altomedieval erigido en el Gargano, un agudo promontorio sobre el mar Adriático que forma la «espuela» de la «bota» de la península itálica.

Es el edificio dedicado al arcángel Miguel más antiguo de Europa occidental y ha sido lugar de peregrinaje importante desde principios de la Edad Media. El sitio histórico y sus alrededores están protegidos por un Parco Nazionale y forma parte del grupo de siete bienes inscritos como Centros de Poder de los longobardos.

Sorprendentemente está alineado con otros conocidos lugares de culto micaélicos, cinco lugares sagrados que se encuentran distanciados entre sí unos mil kilómetros, en una línea recta que prolongada, a vuelo de pájaro, llega a la mismísima Jerusalén. Empezando desde el noroeste, se yerguen el Skellig Michael, en Irlanda; St Michael's Mount, en Cornualles; Mont-Saint-Michel, en Normandía; la Sacra di San Michele, en el Piamonte y este santuario en el Gargano....pero desde allí a la ciudad Santa, extrañamente, la medida se duplica hasta los dos mil kilómetros.

Sumamente intrigado por este guiño histórico, recurro al globo terráqueo, regalo de mi hija, y compruebo primeramente la exactitud de la recta, luego a los planos de Europa donde trazo la línea y milimétricamente percibo las equidistancias, deduciendo con sorpresa, que entre Gargano e Israel, justo a mitad de camino, se sitúa en la misma dirección la isla de Naxos, perteneciente a las Cícladas y en el centro del Mar Egeo. Naxos, Naxos, un bello lugar que hace algunos años también visitamos, sin otro parecer ni sorpresas...sin embargo...

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Mary y Analía son dos entrañables amigas que viven en Roma. Se conocieron cuando ambas estudiaban arquitectura y con el tiempo, su amistad se acrecentó año a año, más aún después de la viudez de la primera. En tierras pródigas de vestigios, maduraron su hobby en la arqueología e incursionaron varias veces en enterramientos etruscos de Agrigento y Tarquinia.

Ese año decidieron volar a Grecia, fascinadas con la idea de hacer naturismo en algunas de la Cícladas. Aeropuerto Leonardo da Vinci, Atenas, El Pireo, ferry y el turquesa del Egeo. Desembarcaron en el puerto de Katapola, en la hermosa isla de Amorgos y dejando todo, rápidamente se zambulleron en las preciosas playas blancas de Agia Ana en la bahía de Egiali.

Al tercer día, contrataron a un rudo marinero para conducirlas a la isla vecina de Donoussa donde se practica el nudismo, una asignatura que aún no habían rendido y con muy escasos pertrechos, remontaron hacia el oeste el más límpido mar, hasta que una imprevista tormenta los sacudió, obligándolos a guarescerse en el acantilado más cercano, sin llegar a destino.

Donoussa es un islote agreste de tan solo 130 habitantes, desparramados en el minúsculo puerto de Stavros, los peñascos caen precipitadamente sobre el agua y es famosa por contener innumerables cuevas naturales, muy poca vegetación y una hermosa playa llamada Kedros, que no conocieron.

Mientras aseguraron el barco entre las rocas y el viento los azotaba con fuerza, los tres navegantes se guarecieron bajo un saliente musgoso que sellaban una gran gruta, aparentemente intacta desde la antigüedad y como pudieron, se acomodaron para pasar un buen rato. De pronto, entre las paredes de piedra, comenzaron a caer cascadas de fangosas aguas que bajaban desde las barrancas y a manera de arroyos, se deslizaban hacia las olas.

Ciertamente algo nerviosas, descubriendo que entre el barro, emergían piedras talladas, perfectamente acomodadas en hiladas horizontales, mostrando unos ajados muros que por sus relieves, molduras y cantos, serían de una construcción de la época de las cruzadas. Totalmente bañadas por el oleaje y la lluvia, sorprendidas y temerosas, limpiaban con sus palmas la arenisca adherida a la mampostería y poco a poco, entre gritos de euforia, su espíritu arqueológico se vio compensado con la visión de una mediana construcción.

Al día siguiente se presentaron ante las autoridades locales y frente a traductores, policías y curiosos, contaron su experiencia. El marinero muy pronto desapareció, Analía regresó a Roma, porque debía integrarse al estudio de diseño y Mary, en cambio, siguió de cerca los acontecimientos inmediatos. La llegada de varios miembros del departamento de Arqueología de Grecia, las interminables charlas de su descubrimiento ante organismos estatales, canales de televisión de todo el mundo y una tediosa procesión de firmas y documentos. Por fin, al cabo de veinte días, logró el tan ansiado descanso en el mar, sin tratar de escarbar nada.

Según los entendidos, el edificio en ruinas y semidestruído, fue realizado a principios del año 1100 por los caballeros teutónicos y aunque quedaron enterrados más de la mitad de sus paredes y columnas sin techo, se aprecia un notable trabajo decorativo, perteneciente al culto católico y erigido en honor a San Miguel, en la isla de Donoussa, casi pegada a Naxos y tan sólo a mil kilómetros de Jerusalén...