Cuento breve 3

LOS JOVENES AVENTUREROS

Muy cerca de Cahors, al sur de Francia, se encuentran las Cuevas de Pech-Merle, declaradas Patrimonio de la Humanidad, de unos 300.000 años y ocupadas por los hombres del Cromañon que dejaron unas extraordinarias pinturas rupestres. Fueron descubiertas por tres jóvenes, de los cuales, se recuerda popularmente el nombre de sólo dos… el tercero es nuestro aventurero.

Francia, a pesar de haber perdido la 1ra Guerra Mundial, celebra cada 28 de junio la finalización de la misma y con mucha pompa, homenajea y llora a sus hijos perdidos en las innumerables heroicas batallas. En los actos de inauguración del Monumento a los caídos, ubicado justo al frente de la Iglesia de San Bartolomé en Cahors, Ernest llora a su padre muerto en Verdún, pero más llora por su madre que, vuelta a casar con un panadero de Cabrerets, no la ve desde hace algunos prolongados meses.

Está terminando la carrera técnica en el Licee Clement Marat y mucho añora encontrarse con ella y su primo hermano que vive precisamente en el mismo pueblo, distante varios kilómetros de allí. Cada primavera, el panadero baja a la ciudad para su provista de harina, otros comestibles y herramientas y a Ernest le resultó una buena oportunidad para encontrarse y viajar con él.

La ruta se hizo más larga de lo habitual ya que el desborde del Lot, rompió dos puentes muy importantes, pero dominando su impaciencia, pudo por fin, encontrarse con los que amaba.

En las siestas calmas del sencillo pueblo, se reunían con su primo André David y un amigo Henri Dutertre, a cuidar ovejas y chivos en los montes vecinos y como eran de la misma edad y en plena adolescencia, los temas variaban entre juegos, mujeres y aventuras. Entre éstas, los lugareños referenciaban la existencia de unas cuevas ubicadas en la ladera oculta del monte y donde en una oportunidad, respondiendo a unas clases prácticas de biología, alpinismo y geología del abate Lemozi, algunos alumnos las divisaron desde afuera… pero ese día se animaron a avanzar un poco más.

Acordaron salir temprano, ni bien se despejara la niebla y con picos y palas, subieron hasta un relleno de la montaña. Entre juegos y risas, ampliaron un boquete natural que permanecía oculto por siglos. Al agrandarlo, pudieron avanzar en su interior algunos metros, pero la tremenda humedad y el extraño olor los detuvo molestos, por algunas horas.

Arrojaron varias piedras hacia la oscuridad para percibir el ruido del fondo, aunque caían hasta perderse sin chocar con ningún límite…a tientas, descendiendo lateralmente por una especie de rampa natural a cuarenta grados, alcanzaron a ver una gran bóveda de piedras multicolores y no avanzaron más.

Al regresar a casa, casi al anochecer, no pudieron ocultar lo ocurrido, ya que los tres presentaban magullones y raspaduras en sus rodillas… y la noticia corrió de casa en casa en menos de un día. Lo demás es historia oficial.

Enterado el padre Lemozi, efectuó un relevamiento topográfico del lugar en compañía de los señores Morel y David. Posteriormente con veinte obreros especializados, realizaron las tareas de excavar la explanada de ingreso, ampliando el acceso principal y asegurando los empinados caminos de llegada. Luego y al cabo de un año, quedó habilitada para los más curiosos.

Ernest no regresó ese año al Liceo y se quedó para observar desde afuera los trabajos que se realizaron. Los dos amigos continuaron con sus vidas pueblerinas, pero nunca olvidarán ese día soleado del 22 de abril de 1922 que permitieron el descubrimiento de una de las cuevas prehistóricas más importantes de Francia, denominada Gruta de Perch-Merle, de más de 300.000 años de antigüedad con extraordinarias pinturas rupestres y vestigios humanos que se remontan a 29.000 años.