Cuento breve 2

EL HEROE ANONIMO

La catedral de Albi es una obra maestra del gótico meridional, especialmente su Coro y fue declarada Patrimonio Universal de la Humanidad. Cordes, ubicada en la llamada Toscana Francesa, es un pueblo también declarado Patrimonio de la Humanidad por su indescriptible belleza y tiene un difícil acceso ya que está encaramada sobre una colina muy empinada, a tal punto que desde hace algunos años, se llama oficialmente Cordes sull Ciel.

Romualdo fue toda su vida un truhán, un ladrón y pendenciero. Engañó a muchas mujeres y engendró tres hijos bastardos… en sus treinta y ocho años no hizo nada bueno, tan sólo unas cinco esculturas que adornan, hasta hoy, el famoso coro semicircular de la Catedral Santa Cecilia de Albi…y como todos los artistas de la época, eran innominables y no dejaron sus firmas, tan solo Dios sabe que las más bellas estatuas de San Damián, San Hilario, Santa Gertrudis, Santa Eulalia y Santa Ana, son de su autoría.

Escapó milagrosamente de la invasión de las huestes papales contra los cátaros de su ciudad, ocultándose varios días entre los bloques de mármol del taller de Sebastián del Heno, donde tenía trabajo y techo. Nunca fue religioso, mucho menos adorador exagerado entre el bien y el mal de sus coetaños…y para muchos, esa guerra desatada, resultaba a todas luces, desproporcionada e indulgente.

Cuando cesaron los disparos, gritos y relinchos en las calles serpenteantes de Albi, entre ruinas y escombros, encaramado, pudo acercarse al rio Tarn y esperó el anochecer para nadar sigilosamente a la otra orilla, perdiendo en la travesía el atado con todas sus pertenencias y un saco con monedas de oro, robadas a último momento, del cadáver de su patrón.

Al amanecer y ya en el lado norte, se recostó sobre la hierba estival para recuperar fuerzas y pensó que dejando el infierno, podía ser ésta su gran oportunidad de cambiar de vida. Ganaría honrosamente su sustento como escultor y dejaría atrás, con los herejes, su oscura y triste historia.

Recordó que en Cordes, a tan solo dos jornadas de camino, vivían unos ricos comerciantes y que la próspera ciudad fundada en el cruce de tres rutas comerciales, le proporcionarían la transformación que anhelaba. Caminando desde el atardecer a la madrugada entre trigales y viñedos, bosques y colinas, se alimentó de ciruelas, uvas y manzanas, hasta que la silueta inconfundible de la ciudad amurallada y recortada entre la niebla, surgió hasta el cielo.

Lavó sus ropas y las secó en un brocal abandonado, luego se alistó como pudo para alcanzar su redención. Trabajo, prestigio y oro los estaban esperando.

Al subir la intrincada cuesta hacia el centro de la ciudad, notó que se hallaba desierta…los negocios abandonados y algunos al cuidado de los perros. Cuando le consultó a una anciana sentada en el umbral de una cestería qué era lo que pasaba y dónde estaba la gente, sólo recibió un gesto de furor y le señaló la calle mayor.

Al acercarse, percibió gritos y un gentío desaforado que se agolpaba justo debajo de una gran plaza techada alrededor de un improvisado patíbulo donde pendía una horca, un concejal dictando sentencia y un reo barbado, atado de pies y manos, esperando la muerte.

A un costado, los gritos desgarradores de su mujer con nueve pequeños hijos, se perdían entre las maldiciones e insultos de los parroquianos. Estaba por morir el pobre alfarero del pueblo que tan solo había robado en la oscuridad de la noche y para aplacar el hambre de los suyos, algunos panes y dulces preparados especialmente para la dieta cuaresmal del obispo diocesano.

Romualdo se sintió sorprendido por lo parecido que era al desdichado y profundamente conmovido, en un arranque de valor y desprendimiento, sin pensarlo dos veces, saltó hacia el estrado mintiendo que había sido él y no el alfarero el ladrón de la panadería.

En pocos minutos y ante el estupor de la gente, la soga pasó del reo a su garganta y cuando sonó el chasquido de las tablas al deslizarse y pendió su cuerpo, los esposos y sus hijos se abrazaron llorando de alegría, mientras la muchedumbre, victoriosa, volvía a sus negocios.

El mal hombre, el ladrón, el truhán de Albi, cambió su futuro en un solo instante… y tan sólo para la familia del alfarero y para Dios -como sus esculturas- será para siempre… un gran héroe olvidado.