TENSION EN VIENA

No me gusta el invierno. Detesto el frío y la estación de la nieve, los días cortos y la falta de sol. Europa es bella todo el año, pero mucho más durante los meses templados, desde la primavera a la entrada del otoño. Los paisajes se visten con flores por doquier y la gente se anima a salir a las calles, cantar y bailar al compás de su música y costumbres ancestrales.

De los muchos viajes que realicé, sólo uno lo hice en el mes de enero y juré no regresar en invierno.

Estando en Suiza, comenzó una tormenta de nieve que nos alcanzó por varios días. Las ciudades de Berna y Lucerna, apenas las pudimos visitar, ya que el horario se restringe, las salidas se limitan y el día se aprovecha apenas desde las 10,00 hasta las 16,00. El resto de las horas, se viven en el interior de algunas galerías o en el hotel.

Llegamos a duras penas a Viena, con rutas atascadas por la copiosa nieve, que alcanzó los 60 cm de altura y la temperatura bajó a -14 grados centígrados, con peligrosas maniobras al volante, patinadas y varios accidentes a nuestro alrededor que matizaron el trayecto. Los paisajes se tiñeron absolutamente de blanco y no se distinguían las montañas del cielo. La vegetación no aparecía por ningún lado y las casas se perdían entre una sola tonalidad. El viaje, que es siempre sinónimo de alegría y aventuras, se tornó en este caso, casi en un desagrado.

La ciudad, deslumbrante, por cierto, nos pareció opaca, húmeda y triste. Sólo tiritando llegamos al majestuoso palacio de Schönbrunn, el Versalles vienés y tesoro de Austria, o a calentarnos el cuerpo con litros de cafés, chocolates a la taza y por supuesto, acompañados siempre por las exquisitas masas de crema y la famosa torta Sacher…lo mejor del invierno.

Por eso, viva el sol y el calor del verano europeo.