Peligrosa aventura
Hace unos días, falleció un amigo del alma. Con él y mi esposa viajamos a Europa un par de veces, en los años que el dólar nos permitía alojarnos en hoteles de 4 o 5 estrellas y gustar de las mieles del jet set... y esta anécdota va en su recuerdo.
Elegimos en esa oportunidad recorrer el oeste de Suiza y visitar Saint Moritz y sus alrededores, en la región conocida como Alta Engadina, donde todo es lujo exuberante y ostentoso. (Viaje Nº 6 de Milán a Venecia por Suiza). El sitio se hizo famoso a nivel mundial por la celebración aquí de dos juegos de invierno: los de 1928 y los de 1948. Los visitantes recordarán estos hitos a cada paso ya que en negocios, restaurantes y hoteles suele haber pósters de bellísima estética, originalmente vintage que los evocan y en sus calles, es probable que nos encontremos con Sophía Loren (tiene una casa por allí), o cualquier otro artista, con príncipes, nobles o algún ricachón famoso.
Recuerdo estar sentado en uno de sus famosos parques y ponerme a pintar una acuarela del increíble paisaje, sopando los pinceles en un exquisito vino blanco del lugar. (aún conservo esa lámina con olor a Sylvaner blanc).
Viajamos en los cálidos primeros días de septiembre, donde las aguas del lago que lleva el mismo nombre de la ciudad se pueblan de veleros, remeros y pescadores. Cuando su superficie se congela, es escenario de numerosos deportes sobre hielo: polo, criquet, hockey y hasta carreras de caballo, conocidas como “white turf” y subiendo a la parte superior de la ciudad, más puntualmente a la Via Serlas, la calle se inicia con una exageración de negocios de marcas de primer nivel: Armani, Miu Miu, Bulgari, Harry Winston, Jimmy Choo, Valentino… y todas las tiendas están rodeadas por galerías de arte y chocolaterías.
Para alojarnos, elegimos un afamado hotel (Hotel Walther), ubicado a las afueras, en una localidad vecina llamada Pontresina y entre los recorridos obligados, pudimos ver la cabaña de Heidi, donde se rodó la película sobre este famoso y entrañable personaje infantil, creado por la autora suiza Johanna Spyri, sintiéndonos vecinos de la niña, del abuelo, Clara y de Pedro….pero lo más impactante fue visitar el Glaciar de Morteratsch que es un enorme bloque de hielo blanco y azul, que cuenta con cumbres nevadas y bellos caminos.
Las placas ubicadas a lo largo del sendero muestran el retroceso gradual y constante, generado por el calentamiento global. Llegamos temprano y nos encontramos absolutamente solos…comenzamos a andar y bordeamos el pie del glaciar, frente a una pared imponente de más de 50 m de alto, con hielos peregnes de un azul turqueza nunca visto.
Caminamos alrededor y nos metíamos una y otra vez en heladas cuevas que goteaban desde las bóvedas y muertos de frío, saltábamos entre las piedras que rodaron junto a los hielos, desde tiempos inmemorables.
Luego de divertirnos y retirarnos, nos percatamos por comentarios de la gente del hotel, del tremendo error que cometimos al meternos bajo el hielo, porque permanentemente caen bloques de cientos de toneladas, en su imparable desintegración. Mucho después nos enteramos de Sabi, el fantasma que habita en el glaciar….pero ya estábamos por el Parque Nacional Suizo, en medio de otra aventura.